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Escucha el Llamado de la Interconexión e Involúcrate con el Propósito de tu Alma

Cada uno de nosotros tiene su propia manera de servir al mundo. Algunos son miembros preocupados de la comunidad que en silencio ayudan a un anciano desconocido a cruzar la calle. Otros actúan si dudarlo en un momento de crisis para brindar cuidado, alimento, agua, albergue o protección. Hasta el acto cotidiano de criar a un hijo en el mundo de hoy apurado y exigente es un milagro desapercibido. Nuestra bondad humana básica prospera a pesar de la brutalidad y la tragedia que se producen a lo largo de nuestra narrativa moderna e historia colectiva. ¿Qué es lo que nos mueve a la acción cuando sentimos que hemos llegado a nuestro límite personal? ¿Qué es los que nos habla dentro del corazón y nos da esa energía invisible para superar los inmensos obstáculos y la adversidad?

Creo que ello es la voz de la compasiva alma humana que está inexplicablemente entrelazada en el todo colectivo. En esencia es la voz del divino, del cual cada uno de nosotros es un reflejo único. Aún así, estamos tan acostumbrados a no escucharla o a sentir que la felicidad se encuentra esquivamente fuera de nosotros que ignoramos el llamado del amor.

He visto, como de seguro tú también, la mirada desolada en los ojos de los que viven en las calles, desesperados por las cosas que muchos de nosotros probablemente tomamos por sentado. Algunos transeúntes evitan posar sus ojos en su dolorosa situación, sintiéndose inseguros de cómo ayudar. Otros buscan en sus bolsillos algunas monedas para ofrecerles una asistencia temporal, o les invitan una taza de café y se sientan un momento con ellos para compartir esta experiencia humana.

Este tipo de sufrimiento material clama por nosotros todos los días. Sin embargo, nuestro sufrimiento humano llega tristemente más hondo. Muchas personas, aunque estén rodeadas de abundancia, se esfuerzan a diario tratando de saciar una inexplicable sensación de vacío en el alma.

Una desconexión fundamental de la belleza de quienes somos es la raíz de nuestro sufrimiento individual y colectivo, sin importar la forma externa que pueda tomar—ya sea en un palacio o en los barrios marginales. Esto también es una clase de pobreza y hambruna descontroladas en nuestro mundo de hoy: la falta de amor.

Llevamos nuestros problemas con nosotros sin importar donde nos encontremos. Anhelaremos placeres temporales para que nos llenen hasta el momento en que recordemos nuestra luz inherente. Esto forma parte de la condición humana. De esta manera, cuando nos miremos a profundidad, descubriremos que en el fondo de nuestro ser somos mucho más parecidos de lo que podemos inicialmente percibir. Nos podemos encontrar a nosotros mismos reflejados el uno en el otro.

En nuestro universo infinitamente interconectado y amado, cada necesidad tiene una respuesta. Existen muchas maneras de proporcionar un servicio y cada una de ellas tiene valor. Algunas personas construyen casas. Algunas hornean pan. Otras les dan medicinas a los enfermos, algunas aconsejan a los afligidos, y otras ganan mucho dinero para dárselo a los que viven en la pobreza.

El albañil sabe cómo verter las porciones correctas para crear una mezcla de cemento fuerte y construir un refugio seguro. El doctor sabe qué medicinas salvarán vidas. El músico crea música que inspira y sonidos que sanan. El filántropo dona lo que no necesita. El sanador saber cómo la fuerza de la vida se mueve a través de todo. Los padres ayudan al hijo a reconectarse con el amor incondicional.

Todos podemos escuchar el llamado en la forma que sea que se nos presente. Es algo que está siempre arraigado en nosotros, vital y extenso, aunque nos asuste. No hay voces distintas, solo idiomas distintos. ¿Escuchas el llamado? Entrégate a él e involúcrate con el propósito de tu alma. Silenciarlo sería un crimen contra la Naturaleza, la misma esencia de lo que eres.

Que todos los seres sean libres. Que todos se encuentren bien. Que todos sean felices. Que todos estén en paz.